Generales Jean Louis Ébenezel Reynier y Jean Andoche Junot
Con la intencion de iniciar la invasión se presentó el impetuoso Mariscal Ney el 25 de abril sobre las tres y media de la tarde a las puertas de Ciudad Rodrigo, iba al frente de una buena parte de su cuerpo de ejército, el 6º y estaba decidido a cobrarse venganza por los sucesos acaecidos a principios de ese mismo año.
Herrasti recibió la noticia de la llegada de los franceses y mediante un cañonazo previamente establecido como señal de alarma, avisó a todos sus hombres para que se adoptaran las posiciones de defensa.
El Regimiento de caballería Voluntarios de Ciudad Rodrigo, mandado por el Teniente Coronel Julián Sánchez conocido como "El Charro", brilló especialmente en los dias que siguieron, preliminares del asedio. Con sus frecuentes salidas de la plaza y sus ataques sorpresivos, consiguieron infundir en el bando contrario un profundo temor así como un buen número de bajas en sus filas. Esta fué la tónica dominante en los primeros días de bloqueo, salidas de los grupos avanzados españoles, ataques sorpresa y posterior desbandada de las tropas imperiales.
Julían Sánchez, más conocido como "El Charro"
Ney se apercibió de que la situación no estaba tomando el cariz adecuado y decidió cambiar de estrategia. El 12 de mayo hizo llegar una carta al gobernador de la plaza, D. Andrés Pérez de Herrasti. En la misiva, básicamente le pedía la rencición de la ciudad, a cambio, ofrecía una supuesta salida honrosa, la integración de él y de sus hombres al bando opuesto conservando empleos y paga.
La proposición no produjo satisfacción en Herrasti, que la consideró ofensiva y ni siquiera se molestó en contestar por escrito. Verbalmente transmitó, según sus propias palabras que "no tenían nada que tratar sino a balazos".
Herrasti, veterano militar, era plenamente consciente de que defender la ciudad ante la mayor potencia militar de la época era muy difícil cuando no imposible. Aunque albergaba la esperanza de que los británicos, que se mantenían en posiciones cercanas acudieran en auxilio de la plaza y de sus defensores. Una carta de contenido ambiguo enviada por el Duque de Wellington y recibida tan solo unos días antes, le daba motivos de mesurado optimismo:
"Estaré encantado de prestar asistencia a su excelencia y a la ciudad de Ciudad Rodrigo siempre que esté en mi mano. El ejército aliado bajo mi mando está en este momento en una situación desde la que puede ir en ayuda de Ciudad Rodrigo, si las circunstancias me permitieran hacerlo. Su excelencia debe ser consciente, sin embergo, que la protección de ese lugar no es el único objetivo que se me ha encomendado y que debo usar loe medios que tengo en mi poder con laprudencia y circunspección que la situación de los asuntos requiere". (Wellington's Dispatches Vol I, p. 172)
El tiempo transcurría, el mes de mayo llegaba a su fin mientras las tropas imperiales se afanaban en establecer sus campamentos en una imaginaria media luna que se podía dibujar desde Valdecarros a Pedrotoro. Los españoles continuaban con sus labores de fortificación de la plaza y las posiciones cercanas. Los británicos se mantenían a la expectativa en la frontera portuguesa, si bien contaban con un destacamento en vanguardia con su cuartel general situado en Gallegos bajo el mando del General Robert Craufurd. Craufurd, buen amigo de los españoles hizo durante estos primeros días de asedio varias aproximaciones a Ciudad Rodrigo y en una de ellas, cuando era escoltado por los hombres de Julián Sánchez, pudo comprobar de primera mano el buen hacer de sus soldados, los cuales, ante un ataque francés, hicieron frente al enemigo provocándole numerosas bajas y haciéndoles huir de nuevo.
No estaba siendo tarea fácil para los imperiales llevar a cabo las tareas previas a asedio, estaban sufriendo demasiado. La tarea de transportar el material de asedio desde Salamanca estaba siendo una odisea, caminos en muy mal estado y completamente embarrados estaban retrasando mucho las operaciones. La logística tampoco estaba funcionando como Massena hubiera querido y como Napoleón le había prometido, las tropas del 6º cuerpo de ejército, situadas a principios de junio en el Convento de la Caridad, Pedrotoro, Cantarranas, Sancti Spíritus o Conejera no estaban recibiendo los bienes más básicos como pudieran ser alimentos para ellos y para sus monturas, tampoco recibían suficiente munición. Las tropas del 8º cuerpo, las cuales llegaron a los pocos días para cubrir la única zona que aún no abarcaban los imperiales, la orilla izquierda del águeda, protegían de esta manera un eventual ataque británico desde sus posiciones en la frontera.
Transporte de tren de artillería francés.
Soldado del Tren de Artillería y Artillero a pié
El 30 de mayo, día de San Fernando, onomástica del rey se produjo u hecho, cuando menos, curioso. Para celebrar tan señalado día, desde la plaza, se decidió ejecutar tres salvas de honor, en horario de mañana, tarde y noche. Se efectuaron las dos primeras únicamente con pólvora, circunstancia que hizo que los imperiales inocentemente se confiaran y se acercaran a la ciudad para contemplar el espectáculo y de paso obtener un poco de información sobre la situación de las defensas del lugar. En la salva nocturna se cargaron las piezas con munición y se dispararon contra las posiciones enemigas, provocando, una vez más, en el bando francés la desbandada general mientras que en el español se provocó una carcajada generalizada que duró para días en una ciudad que no debía estar de un humor especial teniendo en cuenta la situación de bloqueo que se vivía.
El día 1 de junio llegó Masséna a Ciudad Rodrigo, iba acompañado del General Jean Baptiste Eblé, comandante de la artillería del ejercito de Portugal y el elegido para comandar la artillería francesa durante el asedio. Ney le expuso su plan para atacar la plaza por la parte norte. Era el punto más vulnerable de la ciudad, ya que frente a la plaza se encontraban dos pequeñas alturas, el Teso Grande o Teso de San Francisco y el Teso Chico. Este era el lugar elegido por Ney para situar sus baterías de artilleros, desde estas elevaciones, el tiro de una pieza de artillería salvaba la falsa braga defensiva y podía impactar directamente contra la muralla para intentrar abrir una brecha.
A Masséna el plan no le disgustó, pasó revista a los hombres del 6º y 8º cuerpo, también supervisó las obras de dos puentes que se estaban construyendo sobre el Águeda, uno por la parte de Cantarranas y otro por la de Carboneros, las cosas aparentemente iban sobre ruedas.
Paisano armado de la milicia de Ciudad Rodrigo, grabado del reverendo William Bradford
Todo perecía preparado para que la acción de asedio se iniciara defintivamente, pero surgían los problemas. Por una parte a Ney no le hacía gracia tener a un compañero Mariscal como jefe, tampoco Ney era santo de la devoción de Masséna que consideraba que su ahora subordinado había inciado el asedio sin tener todos los medios a su alcance. Por otra parte, el mal tiempo y las continuas lluvias, estaban retrasando las operaciones y causando auténticos estragos entre los soldados.
Mediado el mes de junio, las obras en el Teso de San Francisco iban muy avanzadas, los imperiales habían construido las necesarias trincheras de asedio. A pesar de la firme resistencia de los españoles y a sus pequeños pero continuos ataques, los franceses iban poco a poco adelantando sus posiciones construyendo ramales desde una gran trinchera paralela que ya tenían terminada. Sobre el 20 de junio las obras previas al asedio estaban terminadas, y el destino de la ciudad, parecía ser caer en manos francesas.
Plano del asedio de 1810
En esta coyuntura, el día 22, Don Julián y sus lanceros, por orden del gobernador, abandonan la plaza y, atravesando las líneas enemigas por la parte del camino de Fuenteguinaldo, se disponen a integrarse a la división de La Carrera, que por aquel entonces se hallaban entre La Alameda y Martiago.
El 23 de junio, desde la ciudad se observaron movimientos poco usuales entre los sitiadores. Eran ls preliminares de una serie de ataques que esa misma noche lanzarían sobre los reductos que los españoles habían colocado extramuros. Éstos eran: los arrabales de San Francisco y del Puente, también los conventos de Santa Clara y Santo Domingo. Los ataques fueron repelidos por las tropas españolas allí destacadas. El Convento de Santa Cruz, verdadero objetivo francés por su posición estratégica junto al Teso de San Francisco, zona donde los imperiales estaban situando sus baterías, sufrió el mayor de estos ataques. Tres columnas de infantería francesa fueron las encargadas del asalto. Sólo la heroica defensa de unos 100 hombres del Regimiento de Voluntarios de Ávila así como el vivo fuego de fusilería que descargaban los Hombres del Regimiento de Mallorca desde la falzabraga de la plaza, evitaron que el reducto cayera en manos imperiales.
A pesar de la resistencia, al amanecer del día 25, las baterías francesas, ya perfectamente situadas, comenzaron a disparar. Todos los habitantes de la ciudad se apresuraron a ofrecerse voluntarios para la defensa. Hombres, mujeres y niños desempeñaron durante el asedio las mas diversas tareas, bien apagando los numerosos incendios, como auxiliares de las piezas de artillería o bien en el resto de labores necesarias para el avituallamiento de los habitantes del lugar.
Asedio de Lérida, en este grabado e Phillipoteaux se puede observar perfectamente el emplazamiento de las baterías y sus parapetos.
Los días siguientes el bombardeo continuó, el 27 cayó el Torreón del Rey y se comenzó a a bris brecha en la muralla, circunstancia ésta que aprovechó el mariscal Ney para enviar una nueva invitación a Herrasti para que rindiera la plaza. Herrasti, una veza más, volvió a negarse. Ney, furioso, respondió intensificando el fuego sobre Ciudad Rodrigo.
Mientras, el general británico Robert Craufurd, se encontraba esperando órdenes junto a su división ligera adelantado a las posiciones británicas en su cuartel general en Gallegos. Su deseo siempre fue auxiliar a los españoles. Wellington, siempre prudente, nunca se lo permitió, pensaba que enfrentarse a las tropas imperiales en campo abierto junto a Ciudad Rodrigo, sería una derrota segura. Su estrategia era permanecer a la expectativa, teniendo en cuenta que todo el tiempo que resistieran los españoles en Ciudad Rodrigo, era tiempo que él mismo ganaba y a su vez los franceses perdían. Es precisamente en este extremo donde reside la especial importancia del asedio de Ciudad Rodrigo y la firme resistencia de sus defensores dentro del contexto del a Guerra de la Independencia, Guerra de España, Peninsular War o como queramos llamarla.
Lanceros de Castilla contra las baterías francesas
El cerco a la ciudad parecía definitivo, las labores en las trincheras proseguían con la misión de aproximarse lo más posible a las murallas, el fuego de las baterías imperiales no cesaba. El 2 de julio, la brecha abierta frente a la catedral estaba ya muy adelantada. Se hacía necesaria la defensa de ese punto por la mayor cantidad de hombres posibles, para ello, Herrasti mandó desalojar el arrabal de San Francisco para así poder usar los hombres allí destacados, unos 550, en la defensa de la brecha. Solamente quedaron en el arrabal unos 50 hombres, los cuales no lograron evitar que los franceses tomaran el día 3 el citado arrabal.
El día 6 Herrasti recibía noticias desalentadoras. El cura Sebastián Gallardo, el cual había salido de la plaza para informar a Lord Wellington de la situación, había sido capturado por los franceses e hizo llegar una carta a la ciudad. En esa carta confirmaba lo evidente, los británicos no tenían intención de auxiliar a Ciudad Rodrigo.
El día 8 lo sitiadores terminaron la construcción de otras 4 baterías. El fuego artillero era ahora terrible, toda la zona próxima a la brecha quedó arruinada y ésta se ensnchó considerablemente hasta hacerse un acceso practicable.
Ante esta tesitura, Herrasti tenía dos opciones, una de ellas era intentar resistir y defender la brecha ante el inevitable final que era la tma de la plaza por los imperiales. De haber hecho esto, Ciudad rodrigo hubiera sufrido las consecuencias de tal resistencia en forma de venganza por parte de los soldados franceses, únicamente hubiera conseguido “morir matando”. La otra opción era capitular la plaza lo cual evitaría un innecesario baño de sangre..
Los Chasseurs du siege, unidad creada especialmente apara el asedio a Ciudad Rodrigo se preparan para el asalto, al fondo, los españoles se disponen a la defensa.
El día 9, Herrasti comenzó a retirar las tropas que guarnecían la brecha . La rendición de la plaza era ya inevitable. Al día siguiente, 10 de julio, Ney envió tres hombres a revisar la brecha, eran voluntarios dispuestos a morir, cual no sería su sorpresa cuando al ascender por la derruida muralla no observaron a nadie sino a un oficial español enarbolando una bandera blanca. Una vez que los imperiales habían comprobado que no se iba defender la brecha, Pérez de Herrasti hizo llegar una carta a Ney:
“Excelentísimo señor.
Consecuente con lo que dije a V.E. en mi anterior oficio, y habiendo cumplido ya con todos mis deberes militares según me proponía y era de mi obligación, estoy pronto a capitular, y para ejecutarlo, espero se servirá V.E. determinar la persona y parage donde y con quién debe ejecutarse”.
El mismo Ney le recibió al pie de la brecha donde negociaron la capitulación.
Entrada de los franceses por la brecha abierta, grabado de Phillipoteaux
Terminaba así uno de los asedios más largos de la Guerra, unos 76 días contados desde el 25 de abril, día en que el mariscal Ney se presentó por segunda vez ante las puertas de Ciudad Rodrigo al frente del 6º cuerpo de ejército de Napoleón.
Terminaban así también 76 días de sufrimiento y calamidades para los habitantes de una ciudad que ahora estaba devastada, en completa ruina, y con cadáveres casi por todos lados. 411 muertos y 994 heridos en el bando español, 182 muertos y 1048 heridos por el francés fueron un precio quizás demasiado caro a pagar por la obstinada resistencia de los españoles. Aunque el tiempo que los imperiales perdieron (y a su vez los británicos ganaron) en el asedio fué determinante para el éxito final en la Guerra.
Comenzaba ahora el largo camino al cautiverio en prisiones francesas para las tropas españolas.
Medalla a los defensores de la plaza en 1810
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